Una vez alguien desconsolado por la muerte de un familiar se presentó ante el Budha y le pidió que resucitase a su difunto. El Budha vio su desesperación y dio su consentimiento, con una condición: que le trajese una camisa de una casa donde nunca hubiera muerto nadie.
Aquella persona, loca de alegría, recorrió las calles de la aldea. Llamó a una casa tras otra, preguntando si alguien había muerto allí. Recorrió casa por casa, durante varios días, y su alegría se iba desvaneciendo poco a poco. Llegó a desesperarse de nuevo.
Por fin, al llegar a la última casa de la aldea, se derrumbó. Lloró y por fin comprendió: su tragedia le parecía muy importante, enorme y desgraciada, pero era común a todos los mortales.
Volvió a los pies del Iluminado Budha y su tristeza era grande, pero ahora entendía y aceptaba.
"Señor, he comprendido", dijo.
Seguramente el antiguo príncipe, el que lo dejó todo para encontrar la Verdad, el que dejó a su hermosa mujer y a su hija, el que renunció a su reino material para buscar la iluminación, seguramente le sonrió con bondad y le transmitió la Luz que da la Paz, no como la da el Mundo, sino como la da la Sabiduría. Y quizá le dejó ver el futuro destino de aquella persona tan querida que había muerto.
Tenemos un camino y lo seguimos, de vida en vida, de mundo en mundo, de siglo en siglo.
Nuestros pasos en este momento del Camino vienen condicionados por los pasos que dimos en el pasado, y determinan los que daremos en el futuro.
Somos l@s que somos porque fuimos l@s que fuimos, y seremos l@s que seremos según hagamos hoy.
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