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viernes, 18 de agosto de 2017

La tentación del Mal

       En este blog dejé de hablar de política hace tiempo. De hecho, nunca hablé de política, sino de Derechos, pero los Derechos se suelen defender mediante acciones políticas.
 
     Sin  embargo, esta vez, viniendo del Minuto de Silencio a la puerta del Ayuntamiento con tiempo justo para comer y salir a trabajar, en honor a las víctimas del atropello terrorista de Las Ramblas de Barcelona, que he recorrido tantas y tantas veces con mi esposa, debo decir, como tantas y  tantos otros:  no es cuestión de política. No es un problema de religión.

       No se trata de musulmanes y no-musulmanes. Quien más se ve perjudicada con el extremismo yihaidista es la Comunidad Musulmana.

      Se trata de la tentación del Mal.

      Ya he escuchado proclamas violentas de personas aparentemente sensatas. La tentación del ojo por ojo, de la violencia.
      Es el juego del Mal: llevarnos a su terreno, hacernos iguales a ellos.

      Regalarnos miedo para vendernos armas, conflictos. Para manipularnos fácilmente. No hay nada más fácil de manipular que una multitud de personas llenas de ira hacia un colectivo.

     Es difícil imponernos su  juego económico y financiero si estamos unidos y nos llevamos bien con las poblaciones del Mundo entero.
    
      Eso ya ha sucedido antes, a lo largo de la Historia. Desde los pogromos del 1300, que acusaban  a los Judíos de las pestes que asolaban Europa, hasta los genocidios recientes que todos sabemos, incluidos los de Cristianos acusados de los desmanes de la Inquisición a lo largo de los siglos.

      Unos contra otros. Contra las mujeres Brujas (Magas, Magisters, maestras), acusadas de todo tipo de crímenes. Contra las personas con cualidades extrasensoriales, contra los de otras etnias... la lista podría ser interminable.

       Pero nunca ha sido un problema de religión, ni de peste, ni de demonios, ni de contubernios, ni de conjuras para adueñarse del Mundo.

     Es muy simple: es el juego del Mal para manipular y controlar.

      Y el Mal viste todo tipo de ropas. No sólo burkas, no sólo corbatas,  no solo sotanas.

      No es una cuestión de formas, ni de diferencias.

      Es el juego del Mal para manipular y controlar.

       He vivido muchos años a un cuarto de hora del centro de Barcelona. Hemos paseado nuestro amor por las Ramblas miles de veces. Las víctimas del atentado podríamos haber sido nosotros. Fácilmente. No hay que estrujarse mucho el cerebro para imaginarlo. 
      Nos encanta el Paseo Marítimo de Cambrils y Salou. Allí hemos pasado alguno de los mejores veranos. Hemos estado allí muchas veces.

       Nuestra solidaridad con las víctimas tiene un fundamento sólido: podríamos ser nosotros. 

       Una compañera estuvo por la Plaça de Catalunya un par de horas y media antes del atropello. Una familiar se tuvo que esconder en su lugar de trabajo.

       Tuve compañeros de trabajo que visitaron el Word Trade Center el día antes del atentado. 
       Viajamos en el tren de Atocha, sólo que un poco después.
       
       Las víctimas siempre podríamos haber sido nosotros.
       Pudimos haber nacido en Siria, vivir en Bagdag, haber sido hechos prisioneros de los señores de la guerra, de Boko Haram.
       O, si me apuran, haber sido de Vietnam, de Cuba o acabar en un gulag por ser Cosacos. 

       Siempre somos nosotros.
       Dijo Bob Marley: «Tú eres otro yo». I&I.